La pesadilla de Juan el chef glotón
Juan se sumergió en un sueño profundo. Se veía a sí mismo como un enorme
hígado, cocinado a fuego lento en una sartén humeante. A su alrededor, otros
órganos —personificados y preocupados— lo observaban con reproche.
—No puedo más —exclamó el estómago, hinchado y rojo—. Llevo años soportando
tus excesos.
—Y yo también —añadió el corazón, latiendo con dificultad—. Tus arterias están
a punto de colapsar.
El hígado, con voz débil, intentó justificarse: —Pero... ¡la comida es tan
deliciosa! ¿Cómo podría resistirme? Especialmente aquellos manjares que se
esconden detrás de ese vidrio, relucientes y tentadores...
Al oír la palabra "vidrio", un escalofrío recorrió el sueño de Juan. Recordó
el armario de vidrio de las ferias, ese féretro de grasa que contenía los más
exquisitos y perversos placeres culinarios. Su mente se llenó de imágenes:
chicharrones crujientes, arepas rebosantes de queso, empanadas doradas... Todo
ello, sumergido en un mar de aceite hirviendo y listo para ser devorado.
Pero la pesadilla no se detuvo allí. De repente, la escena cambió. Juan se
encontraba en su habitación, pero todo parecía distorsionado. Los muebles
flotaban, las paredes se curvaban y los alimentos cobraban vida. Hamburguesas,
papas fritas, refrescos y dulces bailaban alegremente, formando una fila que
entraba por la ventana como en un desfile extravagante. El sol, al filtrarse
entre las cortinas, proyectaba sombras grotescas en las paredes,
intensificando la sensación de irrealidad.
Justo cuando una hamburguesa gigante estaba a punto de alcanzarlo, un rayo de
sol cegador lo despertó. Jadeando y sudando, Juan abrió los ojos y se dio
cuenta de que todo había sido un sueño. Sin embargo, la pesadilla lo había
marcado profundamente.
A partir de ese día, Juan decidió cambiar su vida. Se deshizo de todos los
alimentos procesados y comenzó a alimentarse de forma saludable. Sin embargo,
cada vez que pasaba cerca de una feria, sentía una fuerte tentación de volver
a caer en sus viejos hábitos.
Un día, mientras paseaba por el parque, se encontró con una feria. El aroma de
la comida frita llenaba el aire y su estómago comenzó a rugir. Se acercó al
puesto de comida y allí estaba, el temido armario de vidrio, reluciente y
tentador. Juan cerró los ojos y respiró profundamente. Recordó los consejos de
sus órganos y la pesadilla de los alimentos danzantes. Con un gran esfuerzo de
voluntad, se alejó del lugar sin mirar atrás.
Con el tiempo, Juan logró superar su adicción a la comida chatarra. El armario
de vidrio dejó de ser una pesadilla y se convirtió en un símbolo de su pasado.
Y aunque a veces sentía nostalgia por aquellos sabores, sabía que había tomado
la mejor decisión para su salud.
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